Es ahora que escucho. Ahora entiendo.
Escucho algo en una de mis arias favoritas, en una escena hermosa, veo algo, siento, “Io son l'amore, io son l'amor, l'amor”.
Grito desesperado en la hora más desesperada de los amantes, de los amorosos de todos los tiempos, de los de Sabines, de los Shakespeare, de los románticos de Alemania, de todos los que perdidos vagan en el oscuro y solitario camino de los amantes.
Porque no hay más desesperados que los amantes, Dido seducida sufre como una Diotima incendiada, un frágil Goldmund se hunde como jovial Romeo, Sabina sufriendo a Franz, todos ellos maldecidos por los “hombres” tranquilos, todos ellos hermosos escucharon la poderosa y fúnebre voz del amor… “Io son… l’amor… Io son l’nulla”
Un grito desesperado que lo encierra todo, que lo tiene todo. Pues en en “Io son…” está toda la vida y toda la muerte de Maddalena. Toda la vida y toda la muerte, lo que fue y lo que ya no será, el fuego de Diotima y su nacimiento, el Romeo infante y el Romero que ya no será viejo… Todo se encierra, todo termina y comienza con ese grito firme y fulminante, la muerte se vuelve hermosa porque lo eterno y etéreo comienza con ella.
Así es menester morir. Así deben morir.
Y viene ese grito desgarrador de nuevo. Escucho una y otra vez los gritos de Maddalena en mis oídos, los tengo en la piel y en los ojos… Grita… Y tengo al amor hablándole palabras de despedida y ella misma se despide y lo goza y lo sufre, lo vive, ella vive su muerte…“Io son…”
¿Por qué suenan ahora?
¿Por qué ahora? No sé la respuesta y quizá no quiera saberla ahora, no es preciso saberlo ahora. En estos momentos quisiera desvanecerme en la boca de La Divina y olvidarme.
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